"La oposición política en convergencia"
Por: Samuel E. Bonilla Bogaert / El proceso de consolidación de los
partidos y movimientos de la oposición política no será fácil. Tampoco será
comprendido del todo por el público espectador que anda en busca de una
alternativa de poder distinta y renovadora; esto debido a lo que otros ya han
dicho de manera muy clara: frente a tales coyunturas sui generis no existen
modelos ni recetas que tracen la pauta.
La realidad
de la oposición está sujeta y seguirá expuesta a ataques mediáticos de parte
del PLD. Advierto, sin embargo, que los ataques son infundados, puesto que la
organización no es una cualidad democrática (Sartori 2008). El “orden” PLDista
que el gobierno vende como fortaleza partidaria no es más que un producto de su
estilo autoritario. Ya lo decía Mosca (1939) al referirse al liderazgo de la
minoría homogénea: deja de ser democracia. Basta con mirar a los dirigentes del
partido oficialista. En ese caso particular, no es sólo la homogeneidad lo que
me preocupa, sino también la complicidad.
Los partidos
políticos no fueron concebidos como entidades de composición homogénea. Todo lo
contrario. Un partido raras veces lo es, especialmente en la medida en que
crece e intenta consolidarse como opción de poder. No olvidemos que el debate
público, elemento sine qua non de la democracia, sólo florece donde existe la
pluralidad. Por eso en la Oceanía del Gran Hermano no existía la opinión
pública.
Más
importante aún, los partidos están concebidos precisamente para manejar tal
heterogeneidad (Schamis 2014) y por tanto son y seguirán siendo el mecanismo
mediante el cual nos organizamos como sociedad. La oposición no debe ni puede
perder tiempo en intentar conciliar las diferencias entre sus distintos
miembros; las diferencias pierden su razón de ser frente a lo que guardan en
común: su compromiso con la democracia.
Algunos
dirán: “pero bueno, ¿y qué querrá decir aquel por democracia?” Sugiero
recurramos a Sartori una nueva vez. El concepto de democracia ha evolucionado
tanto y ha sido usado en tantos contextos diferentes que ha perdido mucho de su
significado. Significa muchas cosas y a la vez muy poco. En cambio, si
adoptamos la negativa de la democracia como punto de partida, el proceso de
afianzamiento de la oposición será mucho más fácil.
A veces es
más sencillo describir aquello que nos disgusta del actual sistema político que
describir con exactitud el sistema político que quisiéramos ver en un futuro.
Cuando soñamos con una República Dominicana más democrática, todos soñamos con
cosas distintas. Sin embargo, todos soñamos con una República Dominicana
distinta a la que vivimos. Esa es la negativa de la democracia: soñamos con una
República Dominicana menos autoritaria; una República Dominicana menos injusta
y menos desigual; una República Dominicana menos intolerante frente a la pluralidad
ciudadana; una República Dominicana menos permisiva ante la violación de los
derechos humanos de quienes la habitan.
A pesar de
lo que muchos puedan pensar, la democracia no favorece los consensos… mucho
menos el pensamiento único.
Por eso
propongo la negativa de la democracia como punto de partida para una oposición
posible y necesaria.
Propongo la
negativa de la democracia como punto de partido, pero nunca a costa de la
heterogeneidad y del debate.
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