NIDO DE ANGELES
La
sangre llenaba toda la habitación. La muerte parecía inminente. Nada que hacer por la vida de aquellos desdichados
seres humanos que habían llegado llenos de fe en el porvenir hacía apenas unas
horas.
Se
podía caminar sobre la sangre que llenaba todo el espacio, corriendo veloz como
un río que se lleva la vida sin añoranza. Ella, que parecía una reina cuando
llegó, se fue en sangre sin saberlo. Perdió tanta sangre que fue declarada
clínicamente muerta; él, estaba casi muerto. Sin embargo, luchaba por salir,
por respirar, por ver la luz. Solo un
milagro lo salvaría. Solo un milagro lo salvó, pero dejando un dolor con sabor
a muerte.
En
la habitación había angustia, desesperación, desesperanza. Nadie entraba, nadie
salía. Era una guerra a muerte por la vida, con el tiempo en contra.
Nadie
había visto tanta sangre en un cuarto tan pequeño. Dolor y horror se respiraba
en la atmósfera.
Pocos
sabían lo que pasaba fuera de aquella habitación. Todos ignoraban que ella había muerto y que él se moría
también sin haber nacido.
Nadie
sufría la tragedia fuera de esas cuatro paredes blancas manchadas de sangre. La
familia esperaba tranquila en los pasillos. No había porque preocuparse. Era
cuestión de tiempo para ver la luz y la sonrisa. Como la última vez cuando
nació la ilusión.
Una
enfermera sale corriendo sin decir palabras. Se le nota perturbada.
-¿Qué
pasa?- se preguntaban todos mientras se miraban. La enfermera regresa con más
prisa.
-¿Enfermera, que pasa? ¿Qué ocurre? No dice nada… Abre la
puerta y entra. La escena se repite llenándolo todo de angustia.
Minutos
después sale un señor con la bata blanca totalmente manchada de sangre.
Un grito,
como un trueno, lo llenó todo de silencio.
Otra
enfermera sale de la habitación con los ojos llenos de lágrimas. No dice nada.
Está muda. No necesita hablar. Su rostro lo dice todo. La familia entra en pánico. De pronto todos
se ven asustados. Algunos lloran. Se llevan las manos a las cabezas.
-Oh
Dios, ¿qué ha pasado?- se preguntó una madre mientras se llevaba las manos a la
boca.
-No
puede ser, no puede ser, no puede ser- dice una y otra vez el marido. ¿Qué ha
pasado, qué ha pasado? Se pregunta una y otra vez. Nadie le da respuesta. Nadie la tiene. Cada minuto es un
siglo de oscuridad y miedo. Cada segundo una puñalada en mitad del corazón que
se rompe en mil pedazos.
Finalmente
sale el médico a cargo. Todos, destrozados, corren a su encuentro preguntando
por la madre y el bebé. Compungido, se quita el gorro y la mascarilla. Los mira
a todos. No sabe cómo decirlo. No tiene las palabras. Esas palabras nunca están
a mano en esos casos.
-Lo
siento- dijo. Y otro grito, de espanto llenó de dolor el espacio.
-A
ella la perdimos por un par de minutos, pero pudimos rescatarla. Está vida. Se
la arrancamos a la muerte de las manos. Hay que esperar para ver como seguirá su estado…
. ¿Y
el niño?- Fue interrumpido por un hombre destrozado.
-El
niño sufrió. Mucho tiempo sin oxígeno. Habrá que esperar la magnitud del daño
cerebral. Habrá que esperar…
Todos
se miraron desconcertados con las lágrimas rodando igual que la sangre que aun
formaba un charco en la sala de cirugía.
De
aquella tragedia, que marcó para siempre aquella familia, nació “un nido para
ángeles, donde el amor y la vida florecen cada mañana en la mirada perdida de
Sebastián.
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