El azúcar maldito de la caña, o las maldiciones del azúcar: ¿Esclavitud o Libertad?
“Te dan
la paga que ellos quieren - repiten los braceros-, no importa cuánto has
trabajado. Así que no puedes reclamar: “si reclamas no trabajas, y si no
trabajas no comes”
“Haití,
es uno de los países más pobres del mundo, donde miles de personas
prueban su suerte en la otra mitad de la isla. Muchos encuentran trabajo en las
plantaciones de la caña, dónde las condiciones son de semi-esclavitud. Y para
complicar las cosas ha llegado una sentencia del Tribunal Constitucional”
Si has
nacido en Haití no se puede decir que eres muy afortunado. En 6% no alcanzarán
el primer año de edad, el 8% no llegan a la edad de 5 años. Pero
esto es sólo el comienzo. Uno de cada dos no tendrá acceso a la escuela
primaria y cerca del 53 % de la población es analfabeta. Por la misma
razón, probablemente no encontrarás trabajo y como el 1,80 % de tus
compatriotas vivirás bajo el umbral de la pobreza absoluta. No por mucho
tiempo, claro está, ya que la expectativa de vida de pasar de los 60 años y
siempre teniendo en cuenta la eventualidad de que un desastre natural
llegue y que altere más una situación ya poco entusiasta. Último ejemplo el
terremoto de 2010, que en poco más de un minuto causó la muerte de
300.000 personas y dejó en la orfandad a un millón de niños y niñas.
“Heridas de Batalla"
No he de sorprenderse entonces, si cada año miles de haitianos
deciden buscar suerte en otro lugar. Muchos se embarcan a menudo en un
peligroso viaje para llegar clandestinamente a la vecina República
Dominicana. Desafortunadamente, a través de la frontera donde
muchas veces les espera un futuro aún más cruel. Indocumentados y
agotados por el hambre, los recién llegados están dispuestos a hacer cualquier
cosa y pronto terminan en las manos de los grupos sin escrúpulos que
someten a los migrantes a condiciones casi de esclavitud.
Símbolo por
excelencia de esta dura realidad son los bateyes, pequeños grupos
de chozas dispersas en las inmediaciones de las plantaciones de la caña del
azúcar. Creados para acoger a los trabajadores o braceros
durante la zafra, el tiempo de la cosecha. Pero con el
tiempo se fueron convirtiendo en comunidades invisibles,
bastiones de pobreza y de marginación, guetos sociales y económicos
reservados a la población de ascendencia haitiana. Amontonados unos sobre otros
en aquellos, que llamamos barracones, hombres, mujeres y niños
donde comparten en estrechez y en mal estado, sin ventanas, sin
electricidad y sin agua corriente, durmiendo en el suelo o en
literas inverosímiles de metal oxidado donde un pedazo de colcha espuma,
desgastado por el tiempo, actúa como colchón.
El trabajo de los picadores, cortadores y trituradores de la caña es peligroso. En las plantaciones se trabaja durante 12 horas de seguidas, a menudo, incluso los domingos, cortando caña cuanto más sea posible. El sol alcanza su cenit, su apogeo rápidamente y se hace insoportable. No es raro que un momento de descuido o cuando faltan las fuerzas se cometan algunos errores. En una visión extremadamente fatalista de la vida, los braceros muestran sus “heridas de batalla" sin impresiones, con la indiferencia de que se han resignado a lo inevitable.
No existe un contrato escrito, y mucho menos un salario fijo. Se le paga por unidad, basada en las toneladas de la caña acumuladas; pero el precio de una tonelada no está claro para nadie, y los cálculo jamás se invierten: " Te dan lo que ellos quieran - repiten todos -, no importa cuánto has trabajado, te dan lo que ellos quieran así que no puedes reclamar: “porque si reclamas no trabajas, y si no trabajas no comes”. Por lo que los braceros aceptan cualquier cifra, sometiéndose a una total arbitrariedad de un sistema de chantaje que encuentra su razón de ser como reales alternativas a causa de las carencias vividas en su existencia básica. Aquí el monocultivo de la caña de azúcar es exclusivo y totalitario, se concentra en las manos de unas pocas empresas del consorcio que comparten un rico oligopolio.
Cosecha
tras Cosecha
Tras el fin de la sangrienta dictadura de Trujillo, asesinado en 1961, y el
restablecimiento de un gobierno formalmente democrático, las plantaciones de
azúcar de la República Dominicana quedaron bajo el control del gobierno, y en
particular del CEA (Consejo Estatal del Azúcar), órgano autónomo
representante para gestionar la administración. Hasta mediado de
los años 80 el mercado del azúcar dominicano continuó expandiéndose
alcanzando niveles de producción por las nubes, más de un millón de toneladas;
pero ya en 1991 la cifra había caído estrepitosamente a 340 mil toneladas y con
ella generando la más grave crisis de la industria azucarera del país.
Las causas de tal colapso incidieron en la crisis general del mercado internacional del azúcar de caña, cuyo precio estaba en caída libre, más la radical y difusa corrupción tan arraigada y generalizada que en el curso del tiempo se había ido consolidando en las plantaciones de caña del CEA. Así, en 1999, se tomó la decisión de arrendar las plantaciones y las fábricas por un período de 30 años para los inversores privados, en su mayoría de capital extranjero. Las consecuencias resultaron desastrosas para los pagos de los haitianos de los bateyes.
Las causas de tal colapso incidieron en la crisis general del mercado internacional del azúcar de caña, cuyo precio estaba en caída libre, más la radical y difusa corrupción tan arraigada y generalizada que en el curso del tiempo se había ido consolidando en las plantaciones de caña del CEA. Así, en 1999, se tomó la decisión de arrendar las plantaciones y las fábricas por un período de 30 años para los inversores privados, en su mayoría de capital extranjero. Las consecuencias resultaron desastrosas para los pagos de los haitianos de los bateyes.
Salarios
viles, condiciones inhumanas de trabajo, seguros médicos ficticios, pensiones
no existentes, amenazas, violencias: son estos tristes acontecimientos que
marcarán el ritmo del tiempo. Jacques, un joven haitiano del batey Esperanza,
no ha perdido la fuerza para denunciar los abusos y atrocidades: "Estamos
viviendo en la miseria! Trabajamos siempre, te dicen que te pagan el seguro;
pero no es cierto, porque si uno se corta con un machete no te llevan al médico.
La gente aquí está sufriendo hambre. Mire donde vivimos: estas casas se caen a
pedazos, cuando llueve se moja todo aquí adentro. Aquellos, los de la
empresa, solo vienen aquí para explotar a los haitianos. Nosotros
cortamos la caña; pero los viejos ya no pueden hacerlo. Y si se intenta
ir a preguntar algo, no te responden. Todo lo contrario te propinan golpes!”.
Llegamos con
la ilusión de un trabajo que dura 7-8 meses la cosecha, la zafra y luego
regresar a Haití con un poco de dinero en el bolsillo, los braceros terminan
aquí viendo transcurrir sus propias vidas. Zafra tras zafra,
año tras año, la esperanza de ver a sus seres queridos se va desvaneciendo
y va dando paso a una especie de resignación que se va haciendo
costumbre. “Tal vez este año retorne –confía Antoine, un bracero que
llegó hace más de 25 años. Y no ha regresado más. Allá tengo la
familia, mi esposa, mis hijos." Antoine, lo repite cada año.
Mientras su mirada se pierde en el horizonte entre los arbustos de las cañas
que, indiferentes a todo, se ondulan suavemente entre la brisa de la tarde.
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