Un gobierno enemigo de las mayorías
Por:
Lilliam Oviedo/LaBazuca.com
Cuatro
personas muertas y más de diez heridas, es el saldo de la brutal represión a
las protestas realizadas en distintos puntos del país durante los días 22 y 23
de octubre. El gobierno trata de impedir que, en los próximos días, haya
contundentes manifestaciones a nivel nacional. Eludiendo el deber de hacer
justicia, recurre a la brutalidad, al abuso y al crimen para mantener la
gobernabilidad.
No basta,
pues, con demandar que sean llevados a la Justicia quienes apretaron el
gatillo, es preciso que los responsables políticos paguen sus culpas.
Danilo
Medina encabeza un gobierno enemigo de los pobres que utiliza criminales a
sueldo.
El jefe de
la Policía Nacional, mayor general Manuel Elpidio Castro Castillo, habla de
enfrentamientos para no reconocerse como agente de una política de uso de la
fuerza contra la población.
Con
desmedida desfachatez, el ministro de Interior y Policía, José Ramón Fadul,
alias Monchi (uno de los acaudalados miembros del Comité Político del Partido
de la Liberación Dominicana), declara que la protesta es una práctica obsoleta,
y atribuye a quienes la promueven la culpa por la pérdida de vidas.
¿Qué dice de
todo esto el procurador general de la República, en su condición de jefe del
Ministerio Público? ¿Espera para actuar contra este descaro que su dirigente
escriba un tratado sobre la obsolescencia de la protesta y su relación con el
crecimiento de las fortunas de los miembros del Comité Político? Al fingir que
no percibe lo evidente, el magistrado Francisco Domínguez Brito se retrata como
agente de la injusticia y sigue enlodando su trayectoria como hombre público.
¡Es penoso, pero muy cierto!
En nombre
de la Gobernabilidad
Evitar que
el descontento popular se convierta en factor de articulación social y abra el
camino hacia la necesaria cohesión política, es una tarea de corte estratégico
que durante los últimos 17 años los sucesivos gobiernos han asumido sin
descartar recurso alguno. Utilizan en cada coyuntura los recursos que entienden
necesario, pero no renuncian a ella.
Durante el
período de los doce años (tres sucesivos gobiernos entre 1966 y 1978), Joaquín
Balaguer utilizó de manera sistemática el asesinato de dirigentes políticos,
sindicales y populares, y sistematizó el uso de la brutalidad policial y la
fuerza militar contra los sectores mayoritarios de la población.
La apertura
política que con el repudio a Joaquín Balaguer este pueblo logró en 1978
(inicio del gobierno del PRD encabezado por Antonio Guzmán), no incluyó la
renuncia de la clase dominante a poner el sello de crimen a la protesta. Las
movilizaciones fueron calificadas como conspirativas unas veces y como
vandálicas otras veces, y la represión llegó a cobrar vidas.
Durante el
gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), se llegó al extremo de
militarizar las calles para poner fin a las manifestaciones generadas por las
antipopulares medidas económicas que multiplicaron de golpe el costo de los
productos de consumo masivo. El número de muertos en abril de 1984 se cuenta
por cientos.
La
impopularidad del gobierno del PRD se constituyó en marco para el éxito de la
nueva maniobra política de Joaquín Balaguer, quien volvió al Palacio Nacional
en 1986 y siguió aplicando los recursos de coerción social que la clase
dominante (a través de sus bien pagados voceros) presenta hoy como necesarios y
como intrínsecamente justos.
¿Cuáles
son los vándalos?
A través de
sus voceros en los medios de comunicación, el gobierno presenta como vándalos a
quienes protestan en las calles contra el abuso y la exclusión, y trata de
justificar con ello la masacre y la brutalidad policial.
Criminales
son quienes se han enriquecido fomentando la miseria en los sectores
mayoritarios de la población. Criminales son quienes ahogan en sangre las
demandas de justicia y de igualdad.
Es preciso,
pues, fortalecer los mecanismos de organización y lucha que el gobierno
debilita a través del clientelismo y la coerción, y contribuir a crear las
condiciones para que Danilo Medina y su grupo no puedan evadir sus culpas. Las
deudas de sangre no se perdonan.
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