La República Dominicana, país donde el sicariáto parece ser gratuito
La
República Dominicana, país donde el sicariáto parece ser gratuito
Juan Félix
Cordero Febles "El Copelín"
La
confirmación policial de que el cuarto muerto en Yaguate es “Maestrico”, tal y
como la entidad había conjeturado, ratifica el reinado de los sin nombre en el
mundo del delito dominicano y explica rápidamente que en la violencia asociada
al narcotráfico no caben ni rangos, ni fama, ni apellidos conocidos.
“Maestrico”,
cuyo nombre es el de cualquiera, Edgar Rafael Rijo Astacio, fue sindicado como
posible responsable del triple asesinato de la semana pasada en el que murieron
el sargento policial Luis Méndez Sepúlveda, el chofer Abraham de los Santos y
el supuesto sicario Juan Félix Cordero, conocido como Copelín, a quien la
policía atribuye más de cincuenta asesinatos por dinero.
El sábado ya
el jefe de la policía, Manuel Castro Castillo, hablaba de la situación en
pasado: “Era una estructura organizada que operaba al servicio del narcotráfico
en el país y tuvo un desenlace fatal”. El tiempo del verbo basta para dejar
claro que a pesar de que se creó una comisión de policías y fiscales para
investigar los hechos no hay muchas expectativas de que se arribe a nada.
Hombre de
suerte, Liriano Sánchez no llamó la atención de los investigadores a pesar de
la pequeña fortuna que ha logrado amasar cuando solo tiene rango de teniente
coronel y un empleo de medio tiempo como mecánico de helicópteros.
Por ahora el
único resultado de los trabajos de los comisionados ha sido la puesta en
libertad del coronel Johan Emilio Liriano Sánchez, alias El Arbitrario,
vinculado a la situación porque, según el procurador adjunto Juan Amado Cedano
Santana, habría sido en una casa que le perteneció hasta hace poco donde
se cometió el asesinato de Copelín.
Hombre de
suerte, Liriano Sánchez no llamó la atención de los investigadores a pesar de
la pequeña fortuna que ha logrado amasar cuando solo tiene rango de teniente
coronel y un empleo de medio tiempo como mecánico de helicópteros. La suerte ha
impedido que aparezca el decreto de su destitución solicitado hace más de un
mes.
La policía
ha reaccionado con rapidez ante reiterados casos de muertes asociadas al
narcotráfico explicando el fenómeno del sicariato que se ha convertido en algo
normal por lo menos entre los voceros oficiales.
Lo que no se
explica es que los asesinatos a sueldo pagados por el narcotráfico con el alto
riesgo que implica, no se traduzcan en mejoría económica para sus
protagonistas. El crimen siempre ha pagado bien aunque la bonanza dure poco,
por lo menos en las películas americanas.
En la
República Dominicana, un sicario, que puede tener su cementerio particular
porque tendría unas cincuenta muertes, es un oscuro personaje que siguió
viviendo en una calle B sin número de un barrio cualquiera de La Romana sin más
pretensiones que las de sus vecinos, pobres todos como cualquier poblador de la
marginalidad urbana. Era evidente que sus tarifas eran muy bajas o que ofrecía
sus servicios en especial. Ahí y así vivía el tal Copelín.
Edgar Rafael
Rijo Astacio, el último muerto, encontrado descuartizado en el mismo cañaveral
y que “habría sido asesinado por una banda para con ello eliminar al único
testigo de las muertes anteriores” era otro marginal que residía en un caserío
sin nombre en el kilómetro diez de la carretera de La Romana.
El lunes los
medios informan que de los sindicados por la policía solo no ha sido asesinado
Salomón Eusebio Rosario, conocido como Piki, quien a decir de sus vecinos entra
y sale de su casa también en la marginalidad de una población como Boca de
Yuma, en La Altagracia.
La historia
de los asesinatos de Yaguate debe ser disuasivo importante a la criminalidad y
a la delincuencia pues es este país el único donde el crimen no paga y donde la
asociación a “poderosas bandas de narcotráfico” no se traduce en riqueza
para sus protagonistas.
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