¿Restauración de qué?.

Elias Brache


Generalmente el ser humano rechaza el papel de odioso. Es siempre más agradable ser el simpático y decir las cosas que el otro le gusta oír, aunque se digan medias verdades o se construyan falsas percepciones.
El pasado 16 de agosto se conmemoró un aniversario más de la Guerra de la Restauración y curioso, decidí investigar algunos de aquellos a quienes les rendimos pleitesía.
Créanme que redactar estas líneas es sumamente difícil por lo complejo de las relaciones entre los personajes, por las ramificaciones que generan cada una de sus acciones, y por las fibras de la actualidad que pueden tocar.
Entre ellos se teje una maraña de actuaciones incongruentes, traiciones, desmanes, y por supuesto, al final, la ratificación de lo que los pensadores pesimistas dominicanos han planteado una y otra vez sobre este pedazo de tierra que le llaman República Dominicana.
Este truculento episodio comienza con Buenaventura Báez, un bandido que siendo presidente de la Republica les hace un “cubo” a los tabacaleros del cibao pagándoles su cosecha con moneda inorgánica, vendiéndola y quedándose con el dinero de la venta, provocando una devaluación de 1000%. Para los curiosos, ese Báez es del mismo origen del que suena en estos días… (Perro huevero aunque le quemen el jocico).
La persona que enfrenta la vagabundería de Buenaventura Báez es Pedro Santana, quien derroca a Báez. Como esto luce largo, creo innecesario abundar sobre Santana, un entreguista, que pordemás fusiló, entre otros, a María Trinidad Sánchez, Francisco del Rosario Sánchez y al puertorriqueño Antonio Duvergé, y que yace en el panteón nacional junto a gente que él fusiló, distinción esta, cortesía del “padre de la patria”, Dr. Joaquín Balaguer, según disposición del senado de la República.
Bien, seguimos; pues resulta que Santana ya sea porque pensaba que podíamos ser invadidos por los haitianos o por su vocación anexionista, firmó un tratado con España decretando la muerte de nuestra nacionalidad. Precisamente frente a este hecho, es que se genera la Guerra de la Restauración.
La primera acción se inicia con el grito de Capotillo el 16 de agosto de 1863; una actuación militar dirigida por Santiago Rodríguez, a quien se le desmeritó en aquella época porque su madre era haitiana, y por Gregorio Luperón, quien años después, sería enviado al exilio por Ulises Hereaux (a quien mi ancestro, el general José Brache daría el tiro de gracia sobre tierra mocana). Años más tarde, Luperón fue mandado a buscar por el mismo Lilís, ya vuelto un guiñapo, para que muriera en suelo dominicano, pero no esperó un desenlace natural y se suicidó en Puerto Plata.
El primer gobierno restaurador lo encabezó José Antonio Salcedo (Pepillo), el cual fue fusilado por Gaspar Polanco, quien era un analfabeto con grandes dotes para la estrategia militar. El día que fue fusilado, Pepillo Salcedo pidió enviar un mensaje a su esposa y el mensajero utilizado fue un “joven soldado negrito” llamado Ulises Hereaux… ¿quién se hubiera imaginado lo que llegaría a ser?
Gaspar Polanco no duró mucho en el poder y fue derrocado por Benigno Filomeno Rojas y Gregorio Luperón. Por cierto, Benigno Filomeno Rojas junto a Luperón y otros personajes de aquella época, forma parte de un grupo exquisito de patriotas y visionarios que merecen apartarlos de la “turba”.
Luego de derrocado Polanco, ocupó la presidencia Pedro Antonio Pimentel, quien resultó ser un autoritario y déspota, derrocado a su vez por José María Cabral, quien tuvo el apoyo económico de su consuegro, nada más y nada menos que Buenaventura Báez, quien luego volvería a ser presidente varias veces más (volvimos a cero).
De por medio hay muchos personajes interesantes, como Benito Monción, a quien aquello se le subió a la cabeza y, comandando la zona de Montecristi, como premio a sus hazañas, comenzó a vestirse como príncipe y actuar como déspota, generando que le mandaran al exilio (por loco viejo).
Otra figura notable fue José Cabrera, quien actuó siempre con una coherencia poco común en su época, pero ¿qué fue de él? Lo que le sucede siempre en este país a los patriotas de verdad, murió en la pobreza.
Resumiendo, está el grupo que deberíamos venerar por siempre, lógicamente, encabezado por Gregorio Luperón (se suicidó), Ulises Francisco Espaillat (presidente derrocado), Benigno Filomeno Rojas (muerto en la pobreza), y quizás mi favorito, Pedro Francisco Bonó, un intelectual cuya vida es un reflejo de las mejores aspiraciones de esta época y a la vez un conocedor de la psiquis del dominicano, lo que lo llevó a declinar la solicitud de ser presidente de la República en varias ocasiones. En una de estas ocasiones expresó: “yo no quiero ser partidario, quiero ser dominicano. En todos los partidos hay hombres excelentes y hombres execrables”, frase que refleja, en mi opinión, una visión preclara de la inviabilidad de este pedazo de tierra mientras se privilegie el interés partidario al interés nacional.
Mis lectores, ruego disculpen lo extenso de estas líneas así como cualquier error en las mismas. No soy un historiador, sólo un curioso que comprende que se ha intentado construir una identidad nacional haciendo de tripas corazón, para finalmente, al día de hoy, entender que la independencia que gozamos es una ficción claramente delimitada por el endeudamiento masivo que actualmente sufrimos, cortesía de sinvergüenzas impunes; la timidez con la que actualmente se responden las agresiones comerciales de Haití y la vigilancia permanente que ejercen aquellos que nos invadieron dos veces en el siglo XX.

Ay ombe, ¿Restauración de qué?

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