Castillo de arena
Por Rosario Espinal
Ahora
parece más de arena que de mármol. Las altas cortes están desacreditadas, el
PRD pulverizado, Leonel Fernández abatido, el PLD fracturado, Hipólito Mejía
derrotado
Prefiero
las constituciones breves, las que establecen grandes postulados, las que dejan
las particularidades a las leyes, las que casi nunca se modifican.
He
señalado en diversas ocasiones que en América Latina se agrandan las
constituciones para violarlas más. Me opuse a la reforma constitucional de
2002, de 2010, y el intento de ahora no es mejor.
Esa
Constitución de 2010, que llamé en su momento “constitución para el atraso”,
sentó las bases para la violación del derecho a la vida de las mujeres, creó un
apartheid social, contaminó aún más el sistema judicial, y estableció la
reelección indefinida (aunque a regañadientes la hicieran no consecutiva) que
fomenta el caudillismo.
He
ahí el enfrentamiento político-constitucional con Leonel Fernández aspirando
por cuarta vez y los danilistas reclamando su derecho a seguir.
Esa
Constitución de 2010 fue tocada y retocada por las fuerzas conservadoras del
país, y finalmente santificada por Leonel Fernández y su ungido del PRD. Ese
fue el nombrado gran consenso político.
El
referendo lo incluyeron no para hacer el sistema más democrático, sino para
dificultar los cambios de planes
Cierto,
muchos participaron, muchos creyeron; pero el objetivo fundamental de los
principales arquitectos del texto constitucional era establecer un orden
jurídico y político conservador difícil de modificar; no por respeto a la
Constitución, sino para preservar su obra macabra, a través de la cual pensaban
gobernar por lo menos hasta el 2044.
La
fábrica de presidentes la aportaría el PLD, reducido fundamentalmente a uno que
repetiría con la ayuda de un cortejo. El referendo lo incluyeron no para hacer
el sistema más democrático, sino para dificultar los cambios de planes.
Los
problemas de esa Constitución de 2010 son tales, que el presidente Danilo
Medina tuvo que observar el Código Penal para que este país no quedara como uno
de los poquísimos en el mundo donde las mujeres tienen que morir porque no hay
un aborto legal para salvarles la vida en caso de embarazos riesgosos. Pero ahí
siguen los conservadores, amparados en el Artículo 37, remachando su supuesta
defensa a la vida en el Tribunal Constitucional.
El
castillo de poder gestado a través de la Constitución de 2010 está, sin
embargo, tambaleándose. Ahora parece más de arena que de mármol. Las altas
cortes están desacreditadas, el PRD pulverizado, Leonel Fernández abatido, el
PLD fracturado, Hipólito Mejía derrotado, y la ultra-derecha en rebeldía contra
el Gobierno de Danilo Medina.
En
medio de este lío se unen sectores de todas las tendencias en defensa de la
Constitución de 2010 para que no la modifiquen. ¡Vaya paradoja! Lo lamentable
es que al Gobierno sólo le interese modificar la reelección y no todo lo que
ahí está mal.
En
República Dominicana no hay respeto a la Constitución porque los políticos
nunca la han elaborado para bien del país sino para beneficio propio. La
Constitución de 2010 no es excepción por más que se cacareara consenso.
Fernández tuvo dos períodos consecutivos para armar el espectáculo de reforma.
Las
constituciones dominicanas han sido fundamentalmente instrumentos para buscar
longevidad en el poder, pero la realidad cambiante de estos tiempos disminuye
esas posibilidades.
Veamos
el record reciente: la Constitución de 1994 duró hasta 2002 (ocho años), la de
2002 hasta 2010 (ocho años) y la de 2010 va camino a durar menos de seis años.
En todas, el principal objetivo ha sido modificar el sistema de reelección para
que el presidente de turno se quede o pueda volver.
La
Constitución Dominicana debería reducirse de 277 artículos que tiene
actualmente a unos 50 artículos de valor que se cumplan y respeten en muchos
años por venir. Tanto palabrerío sólo sirve para encubrir cómo se reparte el
moro entre los políticos.
Rosario Espinal:
Autora
de los libros “Autoritarismo y Democracia en la Política Dominicana” y
“Democracia Epiléptica en la Sociedad del Clic”, y de numerosos artículos sobre
política dominicana publicados en revistas académicas en América Latina,
Estados Unidos y Europa. Doctora en sociología y profesora en Temple University
en Filadelfia, donde también ha sido directora del Departamento de Sociología y
del Centro de Estudios Latinoamericanos.
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