Hacia la haitianización


RAFAEL A. ESCOTTO
 El autor es abogado, reside en la ciudad de Santiago


Nunca quise acercarme a esta empalizada que nos ha tendido la historia de los acontecimientos y la desesperación estentórea de un pueblo trashumante y de una misteriosa vecindad. No sé si el pueblo haitiano está allí para socavar o para turbar el rumbo que hemos escogido, el que conduce hacia la emancipación plena, y, al parecer, nunca concluyente. En nuestra opinión, esto último—la independencia—aparenta que nunca va a poder obtenerse de manera absoluta.
Aquellos territorios que jamás dividen culturas ni costumbres discrepantes, aun existiendo la presencia de un río -el Masacre-, que siendo frontera fluvial parece que no es torrente suficiente ni extenso para señalizar linderos; tampoco pondría distancia si se levantase un vallado prominente ni escalofriante. Lo limítrofe esta determinado por la preponderancia del efectivo y la tolerancia del destacamento, de cuyo celo fervoroso pende la ocupación de nuestra tierra por la horda apiñada y resuelta del país colindante.
 No bastaron vaticinios de seguros advenimientos inmigratorios masivos con finalidades de pacífica invasión con los que se trató de advertirle al territorio ocupado por el Santo Domingo Español, lo que hoy estamos mirando con ojos tristes, similar a la diosa de los ojos apenados llenos de lágrimas de aquel afamado poema que nos regaló la literatura.
Nos dijo Trujillo en 1937 que “dentro de cincuenta años la ocupación pacífica del territorio nacional por parte de Haití significará para ustedes que los haitianos podrán elegir autoridades dominicanas, podrán poner y disponer, podrán mandar a Duarte y a los Trinitarios al zafacón de la historia y anular para siempre sus ideales y su abnegada lucha, los cuales, ideales y lucha, no tienen ningún sentido para los haitianos”.
Sin embargo, aceptamos con desprecio aquel presagio por nefasto y absurdo en apariencia, no obstante lo innegable que ha resultado después de haber pasado setenta y seis años de aquellas proféticas palabras. Esa premonición esta trabajándole a ciertos sectores de dominicanos como el que se toma una pastilla para dormir y un laxante la misma noche y despierta envuelto en su propio excremento.
Hará escasamente un mes que escribí en este mismo periódico un artículo basado en el lema que tiene acuñado la República de Haití: “La unión hace la fuerza”, a manera de advertir su intención encubierta con relación a la parte este de la isla. Mientras los haitianos basan su fuerza en la unidad de sus pobladores y en su sinonimia, los dominicanos, en cambio, se sostienen frágilmente en la consigna de Dios, Patria y Libertad, junto a una antonimia que los hace ser insolidarios, sin idea de grupo ni de pelotón.
A sólo siete años de haber ascendido al gobierno Trujillo, en su discurso de Santiago, expresó lo siguiente: “Estancados en su error, los haitianos piensan que este lado les pertenece y como ven que somos gentes decentes y pacíficas, mansos vecinos que nunca en la historia les hemos invadido, creen que pueden venir aquí a hacer y a deshacer”. 
Para algún antitrujillista, a ultranza, reconocerle a Trujillo la valoración que tiene en el presente este presagio expresado mucho antes de haberse convertido en un déspota terrible, a más de siete décadas de distancia, puede parecer una exaltación inoportuna a su figura, pero no lo es de ningún modo.
Frente a la hipocresía de muchos debo ampararme en esta frase pronunciada por el filósofo y escritor español Benito Jerónimo Feijoó: “Tiene la ciencia sus hipócritas, no menos que la virtud y no menos es engañado el vulgo por aquellos que por éstos. Son muchos los indoctos que pasan plaza de sabios”.
Vale la pena traer a este escrito una frase que puede llevarnos no a una exaltación que no tendría ninguna justificación que no fuera el reconocimiento de una verdad independientemente de quien la haya dich El escritor español Manuel Vicent expresó que: “El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla”. Tenemos que aprender a que la verdad solamente tiene un nombre y es sólo una. Hemos oído con bastante frecuencia de ganaderos de la Línea Noroeste pegar el grito al cielo con los robos y matanzas de reses a manos de viles cuatreros.
La historia no puede ser manejada de una manera caprichosa dejando de reconocerle tanto a dictadores como a gobernantes demócratas sus valiosos aportes o la certeza de sus juicios, aun cuando no estemos de acuerdo con sus actitudes erradas. Por ejemplo, quién no podría admitir la fuerza poderosa que tiene la siguiente  aseveración: "Hasta hace poco andaban por ahí robando y matando reses a su antojo, como si fuesen animales silvestres y sin dueños, o como si aquí no hubiera ley ni autoridad".
Qué gobernante de los de hoy se atrevería siquiera decirle al pueblo haitiano estas palabras sin temor a la opinión pública internacional que declare a nuestro país de segregacionista y perseguidor inclemente de haitianos. Continúo observando a Trujillo en otra parte de su discurso en Santiago relacionado con la presencia haitiana: “Jóvenes dominicanos: En esa gente no se puede confiar. Cuiden su país. Traten de preservar los programas de dominicanización fronteriza. No dejen que les invadan sus casas, ni sus haciendas, ni su patria y mucho menos que se las arrebaten con argucias o con fuerza”.
Por no llevarse de consejos—no importa quien haya hecho el vaticinio—el país hoy esta invadido y va seguro hacia una rápida haitianización. Y lo peor de ese proceso de regresión de nuestra historia es que ya el mal se ha reproducido en todo el organismo social, por lo que me temo que sugerir que el paciente sea sometido a una cirugía de urgencia no es ya recomendable.
Después de todo, ¿qué dominicano estaría en capacidad de asumir una tarea de desocupación del territorio nacional con el costo político y económico que conllevaría una labor de esa magnitud?
 Entiendo que la hora es propicia para llamar a la reflexión y a repensar sobre lo que ha significado para los dominicanos las luchas y sacrificios por la preservación de la soberanía nacional como aclamó el patricio Juan Pablo Duarte y todos los que junto a él colaboraron con su sangre y su coraje a crear una patria libre e independiente.

El Gobierno -como exclamó Duarte- debe mostrarse justo y enérgico o no tendremos patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional.

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