Al aprobar la nueva Constitución, Chile no se ha (como sostienen algunos) acercado al primer mundo, sino que se ha alejado de él



Por Antonio Sánchez García

“No es la verdad la fuente de las leyes. Es la espada”.

Thomas Hobbes, Leviatán.

Que el prurito constituyentista –sacarse de la manga plebiscitaria leyes de enderezar entuertos y fórmulas mágicas para alcanzar de una buena vez la esquiva felicidad de sus pueblos– sigue penando en América Latina.  Así lo demuestra el terremoto político causado el pasado domingo en Chile por las izquierdas marxistas (con el debido apoyo y respaldo de derechas incultas, inconscientes, pusilánimes y prontas a dejarse embaucar por las amenazas castrocomunistas, que en una extraña combinación parafrasean “la bolsa o la vida” de los cogoteros barriobajeros con “la Constitución o la vida”)  al imponerse este domingo por una abrumadora mayoría. No se trataba de sacarse de la chistera una Constitución a falta de ella, se trató de echar por la borda aquella que durante cuarenta años permitió la más profunda transformación, para bien de todos los chilenos, de las anquilosadas estructuras económicas y sociopolíticas chilenas enfrentadas y resueltas por la dictadura.

Pues, contrariamente a lo sostenido por Ricardo Lagos y Mario Vargas Llosa, la insurrección que hizo de partera de este insólito plebiscito –un plebiscito en tono menor para legitimar otro plebiscito, aunque en tono mayor– no corre a la búsqueda de una constituyente para impulsar y obtener los logros de sociedades capitalistas desarrolladas, como Estados Unidos, Alemania, Francia o cualquier otro país desarrollado, el llamado “primer mundo por ellos invocado”, sino a la búsqueda de las sociedades latinoamericanas menos desarrolladas: Cuba o Venezuela. No es primermundismo, es socialismo del siglo XXI. A nosotros, que llevamos 21 años sufriendo en Venezuela de los resultados cavernarios de la Constituyente impuesta en el año 2000 por el teniente coronel golpista Hugo Chávez, nos provoca recordarles la famosa frase del filósofo italiano Antonio Labriola, maestro de Antonio Gramsci: “solo tú, estupidez, eres eterna”.

A los chilenos responsables y conscientes de la valía del país que se ve amenazado por este intento de suicidio colectivo, no les queda otra acción posible que ponerle al mal tiempo buena cara. Deberán desbancar a la derecha entreguista representada por banqueros cobardes y pusilánimes, respaldar una nueva derecha y luchar por llegar a la constituyente con un nuevo proyecto constitucional, ese sí, verdaderamente primermundista.  No es el fin, sino el comienzo de la lucha.

Ya Bolívar se quejaba amargamente del prurito constitucionalista de los Estados recién fundados de la América española. Enfrentados a una realidad rebelde y cimarrona, pronta, si no sumida ya en el caos y el desorden provocados por el fin de la dominación colonial, creían las nuevas élites dominantes que bastaba con aferrarse al texto de algunas de las constituciones establecidas en los países libres y desarrollados  –Inglaterra, Francia, pero sobre todo Los Estados Unidos– copiando sus rasgos básicos, para alzar de la nada edificios políticos capaces de autosustentarse. Perfectamente consciente de la inutilidad del intento, Bolívar prefirió buscar el respaldo de dichas naciones y de los pueblos recién liberados para establecer los debidos regímenes dictatoriales. Sin conocer a Thomas Hobbes, compartía lo esencial de su pensamiento: no es la verdad la que sustenta la existencia de las leyes, es la espada. En su caso, la suya, sin ninguna duda la principal fuente de poder en las repúblicas recién liberadas por ella.



Antonio García Sánchez es historiador y filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania.

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