Agua, minería y urbanismo
Repetimos este viejo artículo por el valioso contenido del mismo
Agua, minería y urbanismo
Por Osiris
de León
Durante
muchos años hemos estado escribiendo y diciendo públicamente que la sociedad de
hoy camina hacia una grave crisis de abastecimiento de agua potable, fruto del
mal manejo que los gobiernos y los ciudadanos hemos dado a las aguas
superficiales y subterráneas que antes estuvieron disponibles de manera limpia
y abundante.
Hemos dicho
y demostrado que la creciente sociedad de hoy camina de espaldas al necesario y
obligatorio saneamiento básico, pues los gobiernos dominicanos se niegan a
invertir recursos económicos en la construcción de alcantarillados sanitarios y
en plantas de tratamiento de aguas servidas, motivo por el cual en la ciudad de
Santo Domingo se descargan las aguas de los inodoros hacia las mismas aguas
subterráneas que diariamente extraemos para cepillarnos y para bañarnos, lo que
ha provocado una extraordinaria contaminación de nuestras aguas subterráneas.
En muchas
ciudades del interior del país, donde el suelo es impermeable, hay
alcantarillas que recogen las aguas servidas que salen desde los hogares, pero
terminan en una planta de tratamiento que desde hace décadas no funciona, y esa
infuncionalidad obliga a derivar las aguas contaminadas directamente hacia el
río más cercano, del mismo modo que donde hay alcantarillas, pero no hay
plantas de tratamiento, las alcantarillas descargan directamente en los ríos y
arroyos cercanos, con lo cual hemos contaminado todos nuestros ríos urbanos.
Si hacemos
un inventario de todos nuestros ríos urbanos, y en cada uno de ellos
determinamos cuáles son los principales agentes contaminantes, veremos que
domina la contaminación bacteriológica procedente de la expansión descontrolada
de núcleos urbanos carentes de adecuados servicios sanitarios, pero al parecer
ese grave problema no le preocupa a nadie, absolutamente a nadie, como tampoco
a nadie le preocupa si se busca, o no, una solución.
Lo que sí le
preocupa a mucha gente es la culpabilidad ajena, pues como todos sabemos que
cada uno de nosotros aporta diariamente una importante cuota de culpabilidad al
descargar nuestros inodoros hacia las aguas que todos debemos usar, hemos
escogido a la minería como el culpable favorito de la desdicha de quedarnos sin
agua.
Por ello
desde hace meses usted escucha decir diariamente que hay que cerrar todas las
operaciones mineras porque la minería nos va a dejar sin agua, y que el agua es
más importante que el oro, la plata, el níquel y el cobre, y más importante que
todos los minerales juntos.
Y si bien es
cierto que la minería del oro y la plata de Cotuí fue responsable de la
contaminación del río Margajita que descarga en la presa de Hatillo, y de la contaminación
del arroyo Mejita que descarga en el río Maguaca, lo cual denunciamos decenas
de veces ante la sordera gubernamental que impedía escuchar, y ante la sordera
y la indiferencia del nuevo fanatismo ambiental, usted podría preguntar: ¿acaso
la contaminación de los ríos Ozama, Haina, Isabela, Higüamo, Soco, Sanate,
Duey, Camú, Masipedro, Yaque del Norte, Yaque del Sur, San Juan, Ocoa,
Artibonito, Masacre, etc, fue provocada por la minería?, porque allí nunca
hemos tenido minería. No. Todo el mundo sabe bien que esos ríos fueron
contaminados por el urbanismo.
Lo
lamentable de todo esto es que cuando una sociedad conoce bien las causas de su
grave enfermedad, pero frente a los demás oculta la verdad, y peor aún, además
de ocultarla quiere desviar la atención buscando un chivo expiatorio que
justifique su malestar, el resultado final será el agravamiento crónico de la
verdadera enfermedad, lo cual podría ser fatal.
En una
sociedad donde la gente cree y asume todo lo que se le dice, incluyendo
cualquier “falsa verdad”, y donde los gobiernos nunca se preocupan por decir la
verdad, ya que “políticamente no conviene porque resta popularidad”, el
resultado final es el colapso de la sociedad.
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