Un país chikungunyado
Por
ROSARIO ESPINAL
La palabra
suena y resuena en todos los confines de esta tierra: chikungunya, chikun,
chinkun, chinkuncuya, cinkungunya, chunkuncuya, o la maldita cosa esa, según
dijo una mujer frustrada con este difícil vocablo.
La he
buscado en el diccionario y pronunciado muchas veces para no equivocarme, pero
aun así, a veces pongo la “n” en el lugar equivocado. ¿Y e’ fácil?
Ya podemos
declarar este país chikungunyado. Doscientos mil afectados dicen unos, un
millón dicen otros; y no sabemos cuántos más serán víctimas de la pandemia. De
cinco a siete millones vaticinan el total. ¿Pero a quién creer? ¿Al Ministerio
que esconde? ¿Al Colegio Médico que suma y anuncia?
El virus
llegó de tierra lejana y entró por el puerto de Haina, donde según la gente,
hasta desechos nucleares han echado a cambio de prebendas. Luego se expandió a
velocidad huracanada en medio de apagones, sequía, incendios, falta de agua,
basura, accidentes de tránsito, delincuencia, feminicidios, y jóvenes
embarazadas como si vivieran en Escandinavia.
Los
hospitales están abarrotados y atestiguan la pandemia, aunque dice Salud
Pública que hay menos enfermos en las emergencias. ¿Será porque el mal se hizo
hábito, y todo el mundo sabe que con acetaminofén y mucho líquido se calman las
penas?
La fuerza
laboral dominicana está adolorida y el ausentismo abunda. Para colmo, algunas
voces prominentes del empresariado han declarado que los sueldos de los
trabajadores no son bajos. El gobierno ha replicado diciendo que los informales
ganan más que los formales. ¡Ay caramba! Y dizque quinientos mil dominicanos
han salido de la pobreza en los últimos dos años, según la propaganda de
aniversario. Pregunte en la calle y verá mucha gente refunfuñando.
La lluvia, o
las trochas, sofocaron el gran incendio, y dicen que la foresta resurgirá
nueva. Que reine la esperanza en medio de los escombros.
Los apagones
dizque son financieros; es siempre el mismo cuento. Unos pagan y otros roban;
así no hay progreso. En barrios enteros no llega el agua desde hace tiempo y a
golpe de latitas dejan los moradores el pellejo. ¿La basura? Está por doquier
llena de moscas, mosquitos, cucarachas y ratones que vuelan, pican y ruyen.
El tráfico
es otro desastre. Los motoristas se creen dueños del universo y violan todas
las reglas; y los conductores vuelan en yipetas, camiones y camionetas. Con
razón hay tantos accidentes, y en este amargo renglón estamos entre los
primeros.
Recientemente
publicaron las estadísticas de feminicidios y el 2014 va peor que el anterior.
Muchas jovencitas, sin embargo, cometen el error de salir embarazadas, y
algunas son violadas. Desertan de las escuelas o son expulsadas, y de ahí en
adelante su vida es un despeñadero. Del primer hombre pasan al segundo y al
tercero. En el camino dejan una prole que no pueden atender bien ni siquiera
con la ayuda de los abuelos.
Que se sepa,
en este país caliente y súper poblado no hay educación sexual en las escuelas
porque a unos cuantos en las iglesias les molesta que hablen de sexo. Mientras
tanto, los jóvenes se reproducen como conejos y la delincuencia prospera.
Para
alcanzar la felicidad en este país chikungunyado, hay bachata, merengue y
muchas bancas de apuestas. Uno se pregunta: ¿quiénes ganan tanto dinero para
hacer tantas apuestas? Es un verdadero misterio.
Como último
cuplé, el gobierno, desesperado por dinero, anunció que cobrará impuestos a
todas las compras por internet. Andan muy molestos los jevitos y dijeron que
irán a la Lira desnudos en protesta. Si esto ocurriera, recomiendo ponerse
repelente en todo el cuerpo para que los mosquitos chikungunyados no hagan
estragos.
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