ENVIDIA
Por JUAN T H / Miren que cosa, los que criticamos a
los corruptos lo hacemos por envidia. Por más nada. Por envidia. Yo respondo:
No es
envidia, es odio lo que siento por aquellos que se han enriquecido a costa de
la pobreza del pueblo, los que llegaron literalmente con una mano delante y
otra detrás al gobierno y al cabo de pocos años exhiben fortunas incalculables
que no pueden ni podrán probar nunca.
No es
envidia, es odio lo que siento hacia los que llegaron al gobierno sin un peso y
luego aparecen ante la Opinión Pública
como dueños de lujosos automóviles, helicópteros, aviones, mansiones y cuentas
bancarias millonarias en moneda nacional y extranjera, sin poder explicar su
procedencia.
No es envía,
es odio lo que siento hacia los que se enriquecieron y siguen enriqueciéndose a
costa de la pobreza del pueblo, de su ignorancia y su falta de conciencia sobre
la naturaleza y responsabilidad de sus males.
No puedo
sentir envidia ante el sujeto que huye de la justicia negándose a explicar la
procedencia de su inmensa fortuna. No es envidia, es asco, es rencor, es
impotencia al ver como el sistema de justicia lo protege para que su riqueza
mal habida no le sea incautada y luego llevado a la cárcel.
No siento
envidia por el campesino parcelero que logra levantar su familia, convertir sus
hijos en profesionales; no siento envida del obrero que trabajando y estudiando
sale de la miseria; no siento envida por la mujer que lavando y planchando “en
casa de familia” educa a sus hijos y los lleva hasta la universidad y en la
ceremonia de graduación sonríe orgullosa. No, al contrario, por esos hombres y
mujeres siento profundo respeto y admiración. Son mis héroes.
No siento
envidia por nadie que haya obtenido riqueza material sin violentar la ética y
la moral, por los que logrado fortuna sobre la base del estudio, el talento, la
capacidad y el trabajo. Ellos son referentes dignos de imitar.
Mi padre
solía decir que “los sueños se realizan trabajando, no robando”. En ese sentido,
no siento envidia por nadie que haya alcanzado sus sueños con el sudor de su
frente. Hacia ellos, admiración y
cariño. Pero los corruptos, los ladrones del bien público, los que traicionaron
la confianza de la ciudadanía, no merecen más que el repudio popular y la
cárcel.
No le
envidio a nadie lo que tiene, siempre y cuando no se lo haya robado al pobre
pueblo, al que por esa causa sufre apagones, desnutrición y muerte. Lo he dicho
y escrito muchas veces: Todo el que llega pobre al Estado y sale rico, es un
ladrón, no importa como se llame ni de qué partido sea. El Estado no puede ser
una fuente de enriquecimiento de dirigentes políticos al que debemos suponerle
vocación de servicio y entrega desinteresada.
“Servir al
Partido para Servirle al pueblo”, decía el PLD. No al revés, como han hecho
muchos que se han servido con la cuchara grande aprovechando su paso por el
gobierno.
No es
envidia lo que siento por los que “llegaron en chancletas y salieron en
jeepetas”. Es odio. Envidia sienten los pobres de espíritu, los que no tienen
capacidad ni talento. Y yo tengo mucho de todas esas cosas. Y como si fuera
poco, tengo un gran corazón para amar a
los que merecen amor, pero también para odiar a los que lo merecen.
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