Reforma migratoria: ¿traicionará Washington a los votantes latinos?
El proceso de
aprobación de una reforma migratoria se ha estancado en los últimos meses
Cuando el
pasado mes de julio el Senado de Estados Unidos aprobó por una amplia mayoría
un proyecto de reforma migratoria que ofrecía un camino para la legalización de
los más de 11 millones de indocumentados que se cree viven en el país, muchos
pensaron que finalmente se iba a resolver un asunto que lleva años pendiente.
Pero la
alegría de los partidarios de la reforma duró poco. Cuando llegó la hora de que
la Cámara de Representantes elaborara su propia propuesta, las negociaciones
entre demócratas y republicanos descarrilaron.
La falta de
entendimiento entre ambos bandos -principalmente sobre si se debe otorgar la
ciudadanía a los inmigrantes que regularicen su situación y sobre las medidas
para reforzar la frontera- se prolongó durante semanas y cuando los
congresistas regresaron en septiembre al trabajo después del receso veraniego
los indocumentados habían dejado de ser una prioridad.
Los
republicanos iniciaron su batalla para retrasar la entrada en vigor de la
reforma del sistema sanitario impulsada por el presidente Barack Obama la
famosa Obamacare en un tira y afloja que desembocó en el cierre gubernamental.
Ello, sumado
a las discusiones para elevar el techo de la deuda del gobierno estadounidense,
ha mantenido ocupados a los legisladores a tiempo completos.
Pero pese al
aparente olvido en el que ha caído la reforma migratoria, las organizaciones
que desde hace años trabajan para acabar con el limbo en el que viven millones
de indocumentados y sus familias, no han desistido en su empeño, manteniendo la
presión sobre los congresistas.
A estas
alturas algunos se preguntan si, como ya sucedió en el pasado, la promesa
electoral del presidente Obama de que en esta legislatura se aprobaría una
reforma migratoria (con la que obtuvo el decisivo apoyo de los votantes de
origen hispano) volverá a quedar en nada.
En los
últimos meses el mandatario no ha dejado de repetir que la reforma es una de
las prioridades de su gobierno, aunque grupos pro-inmigrantes le echan en cara
que se haya negado a detener las deportaciones de indocumentados, un gesto que,
en opinión de los activistas, lanzaría una señal clara de que existe voluntad
de encarar el problema.
Nunca ha
habido tanto consenso para que se apruebe una reforma, pero el problema es que
Washington está quebrado. No se pueden poner de acuerdo ni para cuadrar sus
propias cuentas.
Lo malo es
que la inacción de los políticos no sólo se siente en Washington. La sentimos
nosotros en los vecindarios de todo el país, ya que cada día más de 1.000
personas son separadas de sus familias porque son detenidas y deportadas.
Mientras los
republicanos bloquean la reforma y los políticos juegan con este tema como si
se tratara de un partido de fútbol, padres, madres, hijos y abuelos están
siendo separados.
Los
demócratas culpan a los republicanos pero sabemos que el presidente Barack
Obama dice cosas muy bonitas sobre la contribución de los inmigrantes al país y
al mismo tiempo supervisa las deportaciones.
Obama
debería parar las deportaciones. Con ello enviaría un mensaje claro a los
republicanos de que no va a seguir jugando con el destino de la comunidad
inmigrante y haría que el tema de la reforma volviera al primer plano de la
actualidad.
La traición
a los votantes latinos ha sido permanente. En las últimas elecciones salimos y
votamos al presidente, pero este presidente no ha hecho lo suficiente para que
se apruebe una reforma migratoria.
No es la
primera vez que hay un apoyo amplio a una reforma pero ya sabemos lo que
sucedió en el pasado. En cualquier caso, no podemos declarar muerta la reforma
mientras haya posibilidades de que se apruebe. Hemos de seguir trabajando para
que los congresistas actúen.
Si
Washington no actúa, algunos estados van a empezar a tomar medidas por su
cuenta, como California, que decidió frenar las deportaciones.
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