Crisis de identidad: La democracia chilena 40 años después del Golpe
Crisis de
identidad: La democracia chilena 40 años después del Golpe
El pasado del
país se mantiene como un elemento de intensa polémica y desacuerdo, el futuro
promete algo diferente
El día que
los americanos conmemoran el duodécimo aniversario del ataque contra el World
Trade Center, los chilenos recordarán cuatro décadas desde el golpe de estado
que derrocó a Salvador Allende -un momento que coincide además con una campaña
electoral presidencial. A pesar de los 40 años transcurridos, los
acontecimientos de 1973 todavía resuenan entre la población chilena -pero esto
no debería sorprender. Aquí en Estados Unidos, las políticas doméstica y
exterior todavía tienen en consideración -y muchas veces son condicionadas por-
las lecciones del asesinato de Kennedy, el movimiento de lucha por los derechos
civiles, Vietnam y el caso Watergate. En Chile, este aniversario ofrece la
oportunidad de abrir un debate sobre las causas del golpe de estado, la
dictadura que le siguió y el tipo de democracia que se ha construido desde
entonces.
Hay al menos
tres elementos que condicionan la conversación.
Primero,
este es el primer aniversario redondo desde la muerte de Augusto Pinochet. Diez
años antes, el exdictador estaba vivo y residía en un barrio tranquilo de
Santiago. Aunque su detención en Londres en 1998 y el descubrimiento en 2004 de
sus maniobras para ocultar millones de dólares en el Riggs Bank de Washington
ya habían dañado bastante su imagen pública e influencia, la muerte del general
en diciembre de 2006 facilitó una conversación más abierta sobre su legado. Hoy
ningún partido político mayoritario se quiere asociar con el pinochetismo,
aunque algunos en la derecha sí defienden los así llamados “aspectos positivos”
de su régimen, entre ellos la modernización económica.
Segundo, la
conmemoración del golpe de estado de 1973 coincide con una campaña
presidencial. Y no es una campaña cualquiera -las dos candidatas principales
son mujeres, ambas exministras y ambas hijas de dos generales de la fuerza
aérea. El general Alberto Bachelet, el padre de la candidata y expresidenta
Michelle Bachelet, murió en prisión en los días inmediatamente posteriores al
golpe. El padre de la candidata Evelyn Matthei, el general Fernando Matthei,
formaría parte de la junta gubernamental de Pinochet.
Algunos han
sugerido que el general Matthei tenía cierto conocimiento de lo que ocurrió al
general Bachelet, ya que eran amigos. Ambas familias niegan esta afirmación. La
hija del general Bachelet fue exiliada mientras que la del general Matthei
estudió en el extranjero y luego regresó a estudiar económicas en la
Universidad Católica de Santiago. Sobra decir que ambas mujeres quedaron
marcadas, aunque de distinta manera, por el golpe y sus secuelas.
Tercero, las
movilizaciones sociales recientes han desplazado los pilares del debate
político. Las grandes manifestaciones estudiantiles que comenzaron en 2011 y
que se mantienen hasta la fecha han convertido en protagonistas a los
estudiantes chilenos y la educación, responsabilizando al legado económico y
político del régimen de Pinochet de las continuas dificultades que atraviesa el
sistema, y en menor medida, a la permanencia de esas políticas durante los 20
años de gobiernos de coalición de centro-izquierda.
Estudiantes
y ciudadanos han logrado convertir lo que era una demanda por la reforma
educativa en una llamada más amplia para una nueva constitución -la
constitución actual, aunque contiene varias enmiendas, es la que implementó
inicialmente el general Pinochet en 1980. La mayoría de los nueve candidatos
presidenciales, excepto Matthei ofrecen mejorar o eliminar el texto actual,
mientras que algunos recomiendan la formación de una Asamblea Constituyente
para diseñar una nueva.
Es difícil
mirar hacia delante en medio de un aniversario que, casi por definición, está
diseñado para hacer que los chilenos miren al pasado. Desde el retorno a la
democracia, la sociedad chilena ha realizado un esfuerzo consciente para olvidar
el pasado y concentrarse en el futuro del país. Una victoria de Bachelet en las
elecciones de noviembre (o la segunda vuelta de diciembre) parece casi segura,
y las políticas que su futuro gobierno implementará se verán sin duda afectadas
por la historia chilena. Aún así, ella no se ha mostrado intransigente. En un
esfuerzo para responder a las demandas del movimiento juvenil y una sociedad
cambiante, Bachelet ya se ha comprometido a trabajar hacia una nueva
constitución y la educación superior gratuita -políticas que van en contra del
legado tradicional encumbrado por Pinochet basado en el conservadurismo fiscal
y social, así como un sistema educativo guiado por el mercado.
A pesar de
ser polémicas y políticamente arriesgadas, estas promesas acarrean un trasfondo
nuevo e importante: la modernización. Asuntos complejos como el medio ambiente
y el matrimonio entre personas del mismo sexo están destacados en el programa
electoral de Bachelet. Su propuesta de reforma fiscal intentaría eliminar un
privilegio de la era Pinochet para los chilenos más ricos y que ha sido citada
como uno de los pilares que mantienen la alta disparidad económica del país y
que restringe la ya limitada movilidad social. Para Bachelet, superar el legado
del pasado, parece que también significa dar un salto hacia el futuro.
Cuarenta
años después de la desaparición de la democracia, el sistema chileno, inmerso
en una crisis de identidad, quizás tenga más entusiasmo, pero también es más
caótico. Así como el pasado del país se mantiene como un elemento de intensa
polémica y desacuerdo, el futuro promete algo diferente. La popularidad de
Michelle Bachelet sólo ha aumentado cuanto más empuja contra el sistema
tradicional a través de sus promesas electorales. ¿Se enfrenta la democracia
chilena a una crisis de los cuarenta? Quizás. Pero, a pesar del caos, ¿podemos
definir el intento de progreso social y político como una crisis?
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