Al aprobar la nueva Constitución, Chile no se ha (como sostienen algunos) acercado al primer mundo, sino que se ha alejado de él
Por Antonio Sánchez García “No es la verdad la fuente de las leyes. Es la espada”. Thomas Hobbes, Leviatán. Que el prurito constituyentista –sacarse de la manga plebiscitaria leyes de enderezar entuertos y fórmulas mágicas para alcanzar de una buena vez la esquiva felicidad de sus pueblos– sigue penando en América Latina. Así lo demuestra el terremoto político causado el pasado domingo en Chile por las izquierdas marxistas (con el debido apoyo y respaldo de derechas incultas, inconscientes, pusilánimes y prontas a dejarse embaucar por las amenazas castrocomunistas, que en una extraña combinación parafrasean “la bolsa o la vida” de los cogoteros barriobajeros con “la Constitución o la vida”) al imponerse este domingo por una abrumadora mayoría. No se trataba de sacarse de la chistera una Constitución a falta de ella, se trató de echar por la borda aquella que durante cuarenta años permitió la más profunda transformación, para bien de todos los chilenos, de las anquilosadas estructura